Nacido en Villanueva del
Rey (Córdoba) el 13 de enero 1864 en el seno de una familia de agricultores. El
29 de junio de 1894, festividad de San Pedro Apóstol, formó parte de una
comisión de agricultores de aquella localidad afectados por «la tormenta tan formidable de agua y
grandes granizos» que había
destrozado viñas, olivares, mieses y otros cultivos unos días antes y que no
pudo entrevistarse con el alcalde y su secretario para que solicitase ayudas
del Gobernador civil por encontrarse ambos convenientemente “enfermos” para no
atenderlos. Después de esto no vio otra solución a sus problemas económicos que
la de emigrar con su familia a la recién creada Villa de Pueblo Nuevo del
Terrible, segregada ese mismo año de la matriz de Belmez, que no había dudado
de recurrir a la vía judicial para impedirlo o por lo menos reducir los efectos
económicos de la separación de una población fundamentalmente minera e
industrial en pleno desarrollo, sede de una pujante empresa francesa, la
Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya. Un lugar que ya conocía por haber
venido habitualmente a ejercer la venta ambulante desde hacía casi una década
de los aceites, vinagres y vinos que producían sus tierras entre los más de
3500 vecinos que lo habitaban.
Empezó a trabajar en el servicio de la
Desplatación, en la nueva Fundición de Plomo de la Sociedad Francesa y algunos de sus compañeros dijeron que allí fue donde verdaderamente
hizo su capital inicial en los
primeros años de la década de los noventa del siglo XIX. Con este dinero pudo
comprar al conocido tabernero Caparrós un local y montar una taberna-comercio en
la calle Cervantes para aprovechar el paso de los mineros, y la extendida
costumbre entre estos de pararse a tomar bebidas alcohólicas a la ida o a la
vuelta de las explotaciones mineras. Un lucrativo negocio en el que, además, se
vendían comestibles y otros productos que traía desde fuera del término
municipal belmezano.
En
1903 su nombre aparece entre los del listado de la suscripción pública para
sufragar la construcción del mausoleo del que fuera presidente del Consejo de
ministros Práxedes Mateo Sagasta. Cuatro años después, al iniciarse plenamente
la vida municipal de la nueva villa, es el 51 de los 56 mayores contribuyentes
con derecho a elegir a los que, a su vez, designaran a los compromisarios para votar a
los senadores por la provincia y formaría parte durante varios años como jurado
por el grupo de cabezas de familia, primero, y de capacidades, después, del partido judicial de Fuente Obejuna que
tenía que comparecer en la Audiencia provincial para resolver causas por
delitos de parricidio, abusos deshonestos, robo y asesinato.
En
el año 1909, el del mayor desastre minero de la mina Santa Elisa local
provocado por una explosión de grisú en sus galerías, y también el de la
creación del que luego sería reconocido Centro Filarmónico de Pueblonuevo del
Terrible integrado por obreros, Juan Herrera se presentaría en las elecciones
municipales en el distrito primero terriblense, pero fue derrotado por un
candidato republicano, lo que le hizo abandonar sus aspiraciones políticas. Al
año siguiente, año en el que la localidad censaba más de diez mil habitantes y
nacía la Agrupación Socialista, ampliaba sus negocios con la apertura de un
almacén de coloniales y ultramarinos.
Sería su único hijo, Manuel; el que al ver la deriva que
estaban tomando los negocios familiares a comienzos de los años veinte, una
crisis generalizada en la cuenca minera tras el final de la expansión generada
por la Primera Guerra Mundial, tuvo la idea diversificar la empresa tostando y
vendiendo café, bebida social que, además, era básica para el desayuno habitual
de la gente, iniciando así una actividad que años después se convertiría en la
principal y que fue debidamente autorizada por el Ayuntamiento. En 1922, el año
en el que se abre en la localidad la primera sub-agencia del Banco Español de
Crédito y se crea la Federación Regional de Sindicatos de Peñarroya, tras la
derrota obrera con la que terminó la famosa huelga “de
los tres meses”, registra la
marca de cafés “Mis
Nietos” y crea la icónica imagen
de la empresa cafetera[1]
que utilizaría el café verde de la mejor calidad importado desde Brasil,
Colombia o Costa Rica, dando lugar a una saga empresarial que, a poco de
cumplir el centenario, sigue activa en manos de sus herederos, ya son los de la
quinta generación. A partir de aquella fecha, se convertirá en uno de los
habituales anunciantes durante la primera década de existencia del semanario
conservador local “LA RAZÓN”.
En
1923, mientras sigue la impopular y sangrienta guerra de África, fue elegido por
los conservadores locales como compromisario para participar en la elección de
los senadores provinciales y al producirse el golpe del general Primo de Rivera,
en un ambiente de generalizada opinión favorable al mismo, fue uno más entre
quienes manifestaron su satisfacción por la nueva situación.
Junto
a su hijo Manuel, alma de la nueva a etapa pero que moriría en 1930, inició una
activa campaña de propaganda y expansión de los productos de la empresa estableciendo
representaciones de la misma en Extremadura, la región levantina, Madrid y en
otras provincias andaluzas, a partir de
1927 -año en el que se produce la creación de la villa de
Peñarroya-Pueblonuevo, tras la fusión de las dos anteriores villas del mismo nombre-
con la participación en la Exposición Feria de Navidad de productos
alimenticios celebrada en Madrid en aquel mes en la que montó un stand «que ya ha merecido los elogios del
elemento oficial que asistió a la apertura de la Feria» y que sería premiado con Medalla de Oro y diploma
de Gran Premio.
Tras
el obligado cese del alcalde Eladio León Castro con la caída del dictador
Miguel Primo de Rivera y su sustitución por el también general Dámaso Berenguer
al iniciarse el periodo llamado como la “dictablanda”, a finales de
febrero de 1930 D. Juan Herrera fue
nombrado alcalde provisional de Peñarroya-Pueblonuevo por ser el concejal de
mayor de edad entre los que formaban el nuevo consistorio, siendo sustituido a
los cuarenta y cinco días por su correligionario conservador Francisco Pino
Díaz cuando volvió a reponerse por Real Orden en el cargo en el que fuera
cesado tras producirse el golpe primorriverista siete años atrás.
Poco
antes de la implantación de la República relega definitivamente sus funciones
directivas en Manuel Partido Cano, nombrado apoderado general de la empresa y
aún en 1932 vuelve a ser designado como jurado por el sector de capacidades del
partido judicial de Fuente Obejuna. Su actividad pública posterior se limita a
ser la del propietario de la firma industrial y recibir los elogios que le
dispensaban visitantes más o menos ilustres por la calidad y la organización de
los trabajos en sus instalaciones en los periódicos provinciales. La guerra
civil pondría a Juan Herrera al borde de la ruina económica tras la toma de la
ciudad en octubre de 1936 y la retirada republicana llevándose las existencias
de sus bien provistos almacenes, mientras los rebeldes requisaban luego el
automóvil familiar, un Pontiac adquirido en 1935, y otros vehículos de la
empresa. Como era lo habitual durante este periodo, participó en las cuestaciones
promovidas para ayudar al esfuerzo de guerra de los nacionalistas, como la pro Asistencia a
Frentes y Hospitales organizada en
Córdoba en 1937 y la empresa, merced a la gestión de su gerente, pudo seguir
recibiendo cupos de cafés y atender a las demandas de las inmediatas
poblaciones locales y de las fuerzas militares de guarnición y, finalmente,
reactivar la firma en los difíciles años de la postguerra.
Durante
los duros años cuarenta, ya en un segundo plano en la empresa que dirigía su
nieto Juan Herrera Melgarejo, su nombre seguía ostentando la titularidad de la
firma cafetera, figurando como el del único importador de café en la cuenca
minera. Murió el 7 de mayo de 1948, recién abolido el hasta entonces vigente
Estado de Guerra en España, y fue enterrado en el panteón familiar que adquirió
tras el fallecimiento de su hijo.
[1] En unos carnavales Juan Herrera compuso una exótica escena disfrazando a dos
de sus nietos, al niño de Pierrot, a la niña de exótica oriental y los acomodó
en unos almohadones sobre el suelo poniendo junto a ellos sendas tazas de café humeante
que un fotógrafo llamado al efecto se encargó de inmortalizar.
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