Casi
con el siglo XX, el 11 de marzo de 1901, nació en la cercana aldea de El Hoyo
de Belmez Eulogio, el segundo de los hijos de una familia de agricultores
acomodados. Asistió a la escuela de la pedanía, a cuyo maestro recordó siempre
con afecto, y después realizó los estudios de Bachillerato que le permitieron
acceder a la facultad de Medicina de Madrid, donde se licenció como médico
general y en la especialidad de tocología en 1928. Puso su primera consulta en
la calle Cervantes de Peñarroya-Pueblonuevo y el año siguiente se casó con la peñarriblenses
Dña. Antonia Giménez en la parroquia de Santa Bárbara siguiendo el rito
católico, aunque ya se consideraba como agnóstico y siempre fue muy respetuoso
con las creencias ajenas. Con la llegada de la 2ª República se hizo más visible
su preocupación por el tema social y su ideología socialista. Fue nombrado
médico de la Beneficencia municipal y también del hospital empresarial de la
Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya y, posteriormente, titular de la
Mutua Obrera de la Federación Regional de Sindicatos de Peñarroya.
Ante
la inminente ocupación de la ciudad por las fuerzas rebeldes en octubre de
1936, D. Eulogio con su familia utilizaron el Opel de su propiedad para huir y
durante un tiempo ejerció su profesión explotación forestal que la Sociedad de
Peñarroya tenía en La Garganta (Ciudad Real). Fue movilizado como capitán
médico y tras unos meses en Valencia volvió destinado al frente de Pozoblanco
terminando la guerra en Conquista. Volvió al pueblo y fue uno de los casi 900
detenidos del centro de prisioneros establecido en “Los Lavaderos” -cuya superficie
ocupa en la actualidad la parroquia de San Miguel-y en terrenos del antiguo
sindicato de UGT en el Cerro de San Miguel. Fue procesado, tras ser denunciado,
acosado y calumniado, aunque finalmente merced a la influencia de un familiar
cercano alto cargo de la Falange local, y los testimonios y avales favorables,
sólo sufrió una condena de tipo económico, siendo otro más de los 366
represaliados en Peñarroya-Pueblonuevo por formación de los expedientes de
incautación de bienes y responsabilidades políticas realizados a partir de 1939.
Volvió
al hospital empresarial -del que años después llegaría a ser director- y como
era lo habitual, a su consulta privada y a las visitas domiciliarias, pues eran
habituales las llamadas “igualas”, una especie de seguros por los que los
pacientes de cada médico eran atendidos las veces que precisasen mediante el
pago de una modesta cantidad fija mensual, ocupaciones que le dejaban poco
tiempo libre , un tiempo que él ocupaba en la práctica de la caza, a la que era
muy aficionado -para la que le fue de mucha utilidad el segundo automóvil que
adquirió: un Citroën 2CV-, y en la lectura de libros y revistas médicas profesionales
para mantenerse al día sobre las novedades y tratamientos, pues era poco
aficionado a la literatura.
La
empatía que sentía por sus enfermos era sobradamente conocida por sus
convecinos que aún recuerdan como creía que la mayoría de las patologías de quienes
atendía eran debidas al hambre y a sus secuelas, Su generosidad le llevaba a
dejar una moneda de 25 pesetas bajo la almohada del paciente “para leche o para
que saliera del mal trance que pasaba o le llevaba a pedir medicinas a los laboratorios
y se las llevaba a quienes las necesitaban, incluso les ponía él mismo las
inyecciones”. En ocasiones ni siquiera cobraba las intervenciones quirúrgicas
que practicaba en la clínica de privada que el doctor Cabrera tenía en la calle
Trinidad.
Sobre su sentido ético contar
que ccuando a
finales de los años setenta salió la ley por la que los militares del bando
republicano tenían derecho a solicitar la pensión correspondiente como antiguos
combatientes, D. Eulogio se negó a tramitar la solicitud al considerar que por
su posición social y económica el Estado no debería asumir más cargas que las
necesarias y esa pensión no lo era.
Aún volvió a casarse por la Iglesia por segunda vez, con Dña. Francisca Munuera, por lo que al morir en su domicilio de la plaza de Santa Bárbara, su viuda no tuvo dudas de los ritos a seguir en el momento de la celebración de los funerales tras su muerte ocurrida el 3 de enero de 1981 a los 79 años en Peñarroya-Pueblonuevo, funerales que fueron una cumplida manifestación del sentimiento popular de los peñarriblenses por la desaparición de este ciudadano ejemplar que había sido, deontológicamente, una suerte de santo laico para quienes fueron sus pacientes. Fue enterrado junto a su primera esposa en el cementerio de San Jorge.
En los años noventa del
pasado siglo, siendo alcalde D. Álvaro Muñoz, el segundo de los de la
Democracia, para homenajearle, el consistorio aprobó dar el nombre de
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