Nació en Évreux, ciudad de la región francesa de Normandía, en 1871. Tras realizar sus estudios de ingeniería, que le permitieron poseer unos profundos conocimientos de electricidad. Fue empleado por la SMMP hacia 1894 y enviado a España, donde contrajo matrimonio con Natividad Macho Álvarez, cuñada de Leandro Herce, el propietario de una céntrica y reputada fonda de Pueblonuevo del Terrible, lugar en el que nacerían sus dos hijos: Fernando y Lucía.
Su venida a la cuenca minera tuvo como objeto el
montaje y la puesta en marcha de la nueva central térmica que la Sociedad de
Peñarroya estaba construyendo en el Cerco Industrial peñarriblense en los años
1904-5, con una capacidad de consumo diaria de hasta 3300 kilos de carbones de
baja calidad, y difícil venta en el mercado externo, de los producidos en estas
minas. En este año se inició la electrificación de las calles de las villas de
Peñarroya y de Pueblonuevo del Terrible, cuando ambas villas rozaban los 10000
habitantes por parte de la sociedad Electro-Candelaria de Peñarroya
instalándose 101 lámparas de 10 bujías por unidad, a pesar de las protestas por
lo insuficiente de su número ante el ayuntamiento belmezano, que era el que
administraba económicamente a ambas poblaciones. También entró en vigor la Ley
el descanso dominical obligatorio para los trabajadores, muy criticada por la
patronal.
Iniciada la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914, fue movilizado en noviembre como oficial reservista en Artillería para contribuir a la
defensa de su país invadido por las tropas imperiales del Kaiser Guillermo
II. Un fragmento de la carta enviada a
sus padres permite conocer cuanta era la estima en la que lo tenían los obreros
que trabajaban a sus órdenes y cómo fue su partida de Peñarroya:
«He dejado en Peñarroya llorando a mi Nati y a
mi Fernando. Todos mis obreros vinieron a buscarme a mi casa [esta estaba situada
en el número 3 de la plaza de Santa Bárbara] para acompañarme a la estación, a
pesar del coche que me había enviado la mujer del Director.
Todos mis
compañeros vinieron a la estación. A la salida del tren mis obreros
gritaron: a una: ¡Viva don Camilo! ¡Viva
Francia! Dos españoles en el tren me dijeron ¡Está claro que lo quieren mucho!»
Y tras cruzar España -vía Madrid para presentarse en
la embajada-, y Francia en ferrocarril, donde se cruzó con trenes de heridos de
la Cruz Roja y de prisioneros alemanes, llegó a su destino en Le Havre, en la
costa atlántica, en los primeros días de aquel diciembre húmedo y frío, allí
pudo admirar las idas y venidas de los bien equipados destacamentos ingleses y
la moral tan alta de sus compatriotas.
Acabado el conflicto con el Armisticio de noviembre
de 1918, Camille Desportes se reintegró a su puesto de trabajo en un Pueblonuevo
del Terrible que ya padecía la resaca que siguió a este conflicto en forma de crisis
política y económica. Preocupaban al vecindario la carestía de la vida y el
temor a la pérdida de puestos de trabajo. Este descontento se traducía en una evidente
agitación entre los mineros. Falleció a las 8 de la tarde del 6 de
abril de 1919 como consecuencia de las quemaduras producidas en todo su cuerpo
por la caída de un rayo. Tan solo hacía tres días que el gobierno de España, que
presidía el Conde de Romanones -uno de los más importantes accionistas
españoles de la SMMP-, había firmado el decreto que fijaba la jornada laboral
máxima en 8 horas diarias convirtiéndola en el primer país de Europa que
establecía por ley la tan reclamada jornada de las 8 horas por parte de la
clase obrera.
El funeral se celebró en la próxima, y nueva iglesia de Santa Bárbara, que daba nombre a la plaza, una iglesia que aún no tenía construida la torre-campanario, ni tampoco electricidad en su interior. Al cortejo asistió una numerosa, respetuosa y afligida muchedumbre.
El segundo número del
recién creado decenal “El Ideal Socialista”, de Pueblonuevo del
Terrible, se hizo eco de tan luctuoso accidente ocurrido en la Central Térmica
al ingeniero Camille Desportes cuando explicaba a un compatriota del
laboratorio de París el funcionamiento del pararrayos y cayó sobre él una
descarga eléctrica que lo fulminó. En un sentido texto se resaltaba su
competencia profesional, puesta al servicio de la SMMP desde hacía 20 años, y
el ser tan modesto como bueno y generoso, así como de poseer una muy firme
voluntad. Los obreros del servicio de la Central Eléctrica no acudieron al
trabajo -y dejaron de ganar su jornal- el día del entierro para expresar su
pena por la pérdida de su jefe que fue homenajeado por el subdirector de la
empresa al ser inhumado en el cementerio de San Jorge. Y finalizaba este poco
usual elogio a un jefe de servicio francés en cualquier época afirmando: «Si todos
los ingenieros, jefes de empresa, los contramaestres, los vigilantes tuvieran
las cualidades del Sr. Desportes no habría huelgas ni protestas (…) con él
todos los obreros eran buenos y hacían bien su trabajo y nunca habló mal de
ellos. También este periódico, representante de los obreros, se enorgullece de
poder decir elogios de tan ilustre hombre muerto cumpliendo su deber»[1]
No hay comentarios:
Publicar un comentario