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domingo, 3 de julio de 2022

PERFILES DEL CEMENTERIO FRANCÉS: JUAN MANUEL FERNÁNDEZ SECO


                                                             


          Como tantos otros peñarriblenses adoptivos, el doctor Fernández Seco nació en Extremadura, concretamente en Cabeza del Buey en 1893. Estudió en la facultad de Medicina de Madrid, aunque en los anuncios que aparecen en el semanario de corta vida de Pueblo Nuevo del Terrible “Don Quijote” en 1924 que dirigía el anarquista gallego David Sánchez, Juan Manuel se postulaba como «ex alumno interno del hospital de San Juan de Dios», también había sido de los primeros estudiantes en la recién creada Escuela de Odontología (1914) de esta Facultad y allí revalidó sus estudios y se doctoró a continuación. En 1918 fue recompensado por sus trabajos con el premio que otorgaba la Sociedad Odontológica Española. A finales de 1921 se instaló como odontólogo abriendo, «sin escatimar gastos ni sacrificios», según relataba un diario extremeño, una modernísima y bien equipada clínica en un lugar céntrico y cómodo en su localidad natal.

Se casó con Ana Herce Macho y, dada la pujanza minera, industrial y demográfica de la villa de Pueblonuevo del Terrible que, además estaba unida por el ferrocarril de la Compañía Madrid-Zaragoza y Alicante con su pueblo natal, D. Juan Antonio decidió instalar su consultorio en esta localidad guadiateña en 1922 y ejercer en ella su actividad profesional. En los anuncios aparecidos en 1924 en la prensa local «pone a disposición de otros médicos y clientes el más moderno y completo aparato de rayos X y su capacidad para realizar análisis de sangre/reacción Wasserman y la aplicación de los más modernos tratamientos antisifilíticos». En alguna ocasión, se desplazó a otros pueblos como Pozoblanco – a donde lo permitía fácilmente el ferrocarril métrico de la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya- para atender durante «doce o quince días» a pacientes de su especialidad, “Garganta, nariz y oídos”. En marzo de 1929 aparecía en la Gaceta de Madrid su nombramiento como ayudante de la sección de Ciencias del Instituto Local 2ª Enseñanza de Peñarroya-Pueblonuevo y dos años más tarde pleiteaba con el ayuntamiento republicano sobre el orden para la provisión de las plazas de médicos supernumerarios. En 1932 era miembro constituyente de la Junta clasificadora de la tributación, tras sorteo celebrado en el Colegio Oficial de Médicos, por el distrito de Fuente Obejuna.

                                                               


Al comienzo de la Guerra Civil, a pesar de su ideología ultracatólica y muy conservadora, no fue molestado: era un personaje conocido y estimado entre sus convecinos no solo por la dedicación profesional a sus pacientes, sino por su caritativa generosidad a la hora de ayudar a quienes más lo necesitaban. Como los demás médicos locales, tuvo que turnarse para asistir en Villaviciosa de Córdoba a los combatientes del batallón minero “Terrible” en su fracasado, y tardío, asedio a la capital cordobesa. Antes de tomar los rebeldes Peñarroya-Pueblonuevo huyeron de esta población más de los dos tercios de sus moradores y Fernández Seco, junto a su mujer, no dudaron en convertirse en denunciantes habituales en esos primeros meses de algunos de sus conciudadanos republicanos que habían permanecido en la ciudad.

Acabada la guerra -en la que se clausuró el Instituto en el que había trabajado durante siete cursos- a modo de bandera que pregonase la ideología de quienes en ella vivían,  mandó pintar con grandes y negros caracteres rectilíneos en la fachada lateral de su casa -que  había sido anteriormente la del primer alcalde terriblense,  José Antonio Rodríguez Aparicio y que ya llevaba el nombre de Queipo de Llano- VIVA CRISTO REY, dentro de la ortodoxia del nacional-catolicismo de la época, una leyenda que se mantuvo hasta unos años después de su muerte, reinando ya Juan Carlos I .Sus dos hijos varones serían misioneros jesuitas en Japón, primero, y en Sudamérica, después antes proseguir sus labores en España. Su hija Teresa, estudió magisterio, pero no lo ejerció, pues profesaba habitualmente como ayudante en el consultorio de su padre que, a partir de 1946, según nombramiento aparecido en el BOE, fue adscrito como médico odontólogo a los servicios Provinciales de Higiene Rural en Peñarroya-Pueblonuevo.

El matrimonio Fernández-Herce estuvo en boca de los miembros de la burguesía local a finales de la década de los sesenta, tras regresar del Japón a donde habían ido para visitar a sus hijos, utilizando la ruta Madrid-Tokio sobre el Polo Norte y por divulgar las “extrañas” costumbres de aquel país, como la de que la gente tenía que sentarse en el suelo al no haber sillas. Como doña Ana era una mujer muy gruesa tenía que ser ayudada al sentarse y levantarse por cuatro o cinco personas.

Persona amable y obsequiosa, es recordado todavía por su habilidad a la hora de extraer piezas dentarias, especialmente las difíciles muelas, a pesar de que a primera vista sus manos gordezuelas no parecían las más indicadas para esta profesión, pues mientras hablaba y hablaba como si estuviera en otra parte, distraía de sus miedos al paciente, que casi no se daba cuenta de la extracción hasta estar fuera la pieza.

A algún joven amigo recurrió para revivir experiencias que en su momento le habían llevado a trabajar como médico en lugares desprovistos de toda clase de higiene y de medios: cuando era necesario hacer traqueotomías a la luz de un carburo. Cuando había que diagnosticar la temida tuberculosis o las no menos temidas enfermedades venéreas, tan frecuentes ambas durante buena parte del pasado siglo.

 

Una vez jubilado tuvo que sufrir las muertes de su esposa y de su hija que, como él, fueron enterradas en el panteón familiar de los Herce,  quiso recoger  sus pensamientos y opiniones en forma de versos de forzadas y ripiosas rimas, las de un hombre al filo de los 80 años al que le era difícil  entender el presente, las costumbres y las nuevas maneras de amar o relacionarse entre los jóvenes desde la atalaya que le prestaba su larga vida buscando una edificación moral y tratando de darle un tono pedagógico para lo que no dudó en costearse una edición en una empresa madrileña de su obra, que tituló “Sonrisas de Juventud” y que distribuyó mayoritariamente entre sus conocidos.

Murió con 87 años un 19 de mayo de 1983 en Peñarroya-Pueblonuevo.

 

 


Colaboración del alumnado y del profesorado del IES Alto Guadiato

Collaboration d’étudiants et d’enseignants de l’IES Alto Guadiato


Juan Manuel Fernández Seco est né dans la région d’Extremadura en 1893. Il a étudié la médecine et l’odontologie et il a obtenu un doctorat. Juan Manuel et son épouse, Ana Herce Macho, ont déménagé à Peñarroya-Pueblonuevo parce que ce village vivait une époque de splendeur grâce à la mine et à l' industrie et donc il a déplacé aussi sa consultation. Parfois il allait dans d'autres villages grâce au train, parce qu’il s'occupait des autres patients. Juan Manuel a travaillé aussi dans la section scientifique du Lycée Locale du 2ème Enseignement à Peñarroya-Pueblonuevo.

Quand la Guerre Civile a commencé Juan Manuel a été un personnage connu pour sa grande générosité, car il a aidé aux malades.

La bourgeoisie parlait beaucoup de son mariage parce qu’ils ont visité leurs enfants en Chine et quand ils sont rentrés en Espagne ils ont diffusé certaines coutumes du pays oriental. Par exemple, les chinois ont l’habitude de s’asseoir par terre, mais Ana Herce était si obèse qu’elle avait besoin de l’aide de cinq personnes pour se lever. 

Après sa retraite, il a souffert de la mort de son épouse et de sa fille. Elles ont été enterrées dans le panthéon familier des Herce. Monsieur Herce a fait quelques poèmes autour de ses pensées. Son ouvrage s'appelle Sonrisas de Juventud qui traite l’amour et les coutumes des jeunes.

Finalement, en 1983, Don Juan Manuel est mort à Peñarroya-Pueblonuevo quand il avait 83 ans.

 

 INICIATIVA PATROCINADA POR LA DELEGACIÓN DE COHESIÓN SOCIAL, CONSUMO Y PARTICIPACIÓN CIUADADANA DE 


 

 

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